Todo nada by Brenda Lozano

Todo nada by Brenda Lozano

autor:Brenda Lozano [Lozano, Brenda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-01T00:00:00+00:00


21

Todos llevamos dentro una palabra. Se puede comprobar que toda persona lleva dentro una palabra. Basta escuchar con atención, de noche tal vez, al apagar la luz antes de dormir, basta estar atentos, aguzar el oído, para escuchar a esa palabra. Esa palabra que dice mucho de uno. Antes de dormir, escucho el gruñir de una palabra.

22

Intestino.

23

Un gastroenterólogo al otro lado de la línea, uno que quiere asegurarse de que comeremos juntos. Uno o dos meses antes de que el abuelo muriera, me llamaba temprano para garantizar que lo vería a él y no a uno de mis amigos. Quería apartar mi lugar a su lado como suele hacerse en una sala de cine: extendía su saco en la butaca vacía para asegurar lugar. Es decir, llamaba temprano a la hora que según él mis amigos estaban dormidos. Emilio se despertaba en la madrugada y después de haber leído, según él, un libro, me llamaba. (Emilia, imposible ir con Alfonso Reyes a mi restaurante favorito, pero, ni modo, te invito a ti. Tu pariente favorito te llevará a un estupendo lugar, así que no hagas planes. Paso por ti). Cuelgo el teléfono. Quiere ir a un restaurante, pero resulta que cada vez está más flaco. Así como el trueno anuncia la tempestad y el crujido de un edificio avisa el derrumbe, la rapidez con la que el abuelo adelgaza apunta a su final.

Al abuelo le encanta hablar de la muerte, la suya. Pero, juro, no dice lo sustancial. No dice que lo tiene todo bajo control. Bajo control tiene su muerte porque quiere controlar todo. Por más notorio que sea todo, no me deja mencionarle nada. No me deja mencionar lo rápido que baja de peso, de inmediato dice que está más guapo que nunca. Imposible hablar de su régimen alimenticio. Se da cuenta de que me doy cuenta. Pero con tal de escuchar al cascarrabias iré al restaurante que, ahora resulta, es su favorito. Como si no anunciara del mismo modo todos los restaurantes a los que hemos ido.

Llegamos a la terraza de Casa Bell. Dice que no podría contar las veces que ha comido aquí. Entramos. El capitán nos recibe con entusiasmo. El abuelo, tranquilo, lo saluda, pide la mesa de siempre: es un gorila que quiere echarse cuanto antes en su piedra. Pero no. No es cualquier gorila. No pasa inadvertido en el restaurante. Es el gorila más viejo de la montaña: saluda aquí y allá a los jóvenes simios. Es la viva imagen de la seguridad. Es el gorila que controla la montaña y las montañas vecinas. Así se conduce. Aunque salude a un anciano mayor que él, el abuelo se comporta como si llevase más tiempo en el universo que el planeta tierra.

Sonríe, sereno, saluda a sus conocidos. Reparte besos y elogios a las mujeres. Cortés, chapado a la antigua. Pregunta cosas como: «¿Me otorga el honor de saludar a su mujer?». Reparte golpes toscos en las espaldas de los hombres. Nos sentamos. Aquí, dice, me he sentado infinidad de veces.



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